Doctor Rangel:
Sé que mi carta le supondrá una entrega inesperada, pero necesito que usted más que nadie sepa en realidad lo que pasó. Y es que estoy casi segura de que Emmanuel no le dijo la verdad de lo sucedido aquel día en el parque con el hijo de los Aguilar. Él preferiría pudrirse en la cárcel antes que contarle.
Déjeme le cuento desde el inicio para que sepa bien cómo pasaron las cosas. Verá usted, Emmanuel y mi hermosa hija Juliana nacieron el mismo día: un miércoles 31 de julio, cuando el sol estaba empezando a ponerse. Mi hermana y yo estuvimos tan felices de que nacieran al mismo tiempo; era para nosotras una señal de lo unidos que serían y pues, usted sabe, al final la unión lleva a las personas al éxito.
Debido a mi trabajo como líder de ventas de una importante compañía de tabaco en el país, viajaba mucho. Había incluso meses enteros en los que estaba en el extranjero, enfocada en hacer crecer las ventas y durante esos viajes mi hermana cuidaba a Julianita.
No es que no confíe en mi hermana, doctor, no crea, pero me gustaba estar 100% informada de lo que pasaba con mi hija y mi hermana no siempre me contaba, así que, con la excusa de brindarle más ayuda con la casa, le recomendé a Leonor, una mucama muy confiable que usé para que me dijera aquello que mi hermana me ocultaba.
Con el tiempo, Leonor comenzó a notar que los días en los que yo me iba de viaje, Juliana se interesaba mucho en pasar tiempo con Emmanuel. Déjeme le explicó. Mi hermana no siempre estuvo pendiente de los niños. No supervisaba con atención lo que veían en la televisión pasadas las horas prudentes o lo que leían cuando estaban pasando tiempo a solas en la biblioteca.
Cosas que a Juliana le despertaban curiosidad. Formas de mostrar amor que empezó a querer experimentar con su primo. Así es, es como lo piensa, doctor. Tanto conocimiento sin filtro a tan corta edad llevó a Julianita a ver a su primo con otros ojos.
Leonor una que otra vez los sorprendió dándose algún beso prohibido en los pasillos de la biblioteca o escuchaba sonidos sugerentes provenientes de la habitación de Emmanuel cuando Juliana pedía dormir con él en la misma cama.
Mi hermana nunca se dio cuenta. Ella solo se preocupaba por que Emmanuel creciera y estudiara para convertirse en un profesional destacado como su papá. Así que mientras mi sobrino no fallara en sus calificaciones, no se interesaba en conocer qué hacía con su vida personal. Por supuesto, debí empezar a pagarle más a Leonor, pues la situación la escandalizaba de una manera increíble. Eso no era católico, iba en contra de todas las normas del Señor. Y usted entenderá lo importante que es preservar la buena imagen ante la sociedad. Así, Leonor nunca dijo nada y la única en la familia conocedora de tal aberración era yo.
Es entonces como se desarrolló una relación de amor real pero inmoral entre mi hija y su primo. No crea que yo me quedé con los brazos cruzados ante la situación. Contrario a mi hermana, a mí me importaba el cómo pudiera afectarle ese interés prohibido a mi hija, así que comencé a viajar menos para estar más tiempo en casa.
Pero usted entenderá que hubo veces en las que me era imposible no viajar por alguna urgencia, y Juliana en serio es testaruda, así que fue inevitable que su vínculo siguiera creciendo. Cuando los dos cumplieron 14 años, en un intento desesperado, matriculé a Juliana en un colegio católico de solo mujeres, esperando que así al menos pasará la mayoría de su tiempo alejada de Emmanuel.
Y aunque mi estrategia funcionó por dos años, al entrar a octavo grado, Emmanuel comenzó a tener interés en una niña con la que compartía clases, pues él sí estudiaba en un colegio mixto, y cuando mi hija se enteró de la noticia cayó en la locura.
Días en los que no comía, no dormía, me preguntaba constantemente sobre Emmanuel, que si yo sabía qué había pasado con la muchacha del colegio que le gustaba, que si ya eran novios, que por qué ya no venía a visitarla. Preguntas a las que respondí lo mejor que pude. Como ya le mencioné, mi hermana no era mucho de contarme las cosas.
Pasados unos meses del inicio del romance de Emmanuel, Juliana volvió a la normalidad. No le mentiré, me preocupó un poco el cambio tan drástico que vi en sus intereses. Ya no le llamaba la atención en absoluto lo que ocurría con Emmanuel, no volvió ni siquiera a mencionarlo y las pocas veces que mi hermana sacaba el tema de cómo le estaba yendo a mi sobrino en el colegio, Juliana se mostraba ajena a querer saber la información.
Con el tiempo, Emmanuel dejó de salir con la muchacha del colegio. Eso sí, duraron un buen tiempo. Usted muy bien lo supo, porque hasta los padres de la muchacha habían decidido casarla con él. Al final las cosas no se dieron y, según supe, mi hermana y los padres de la chica aún se llevan muy bien.
Se estará preguntando qué tiene que ver esto que le estoy diciendo con la muerte del hijo de los Aguilar. Bueno, ya mi sobrino y mi hija estaban cursando el último año escolar. Emmanuel con planes perfectamente estructurados para su vida, tal cual lo quería mi hermana, y Juliana enfocada en sacarse una carrera en el derecho.
Fue durante este año que mi hija conoció al hijo de los Aguilar, Nicolás. Un día de esos en los que yo decidía estar en casa, Juliana me pidió salir a pasear al parque de Los Infantes. Usted sabe cuál, ese que durante las noches suele estar escasamente iluminado, pero que durante el día es ideal para los paseos y picnics de los enamorados.
Feliz de poder pasar tiempo con mi niña, acepté. En nuestro recorrido por el tan famoso pasillo rodeado de rosas que hay en el parque, al final en una de las sillas de metal, estaba Nicolás Aguilar leyendo un libro. Fue inevitable para mí notar cómo Juliana se quedó embelesada al verlo. Su cabello café ondulado, algo corto, ocultando ligeramente sus orejas, las pocas pecas que le cubrían las mejillas y los ojos verdes en los que se podía percibir un tinte de picardía propio de alguien de su edad. Mejor dicho, el compañero perfecto para mi niña, además de, claro, venir de una buena familia.
Usted sabe cómo somos las madres; por supuesto que, al estar más cerca, comencé una conversación en la que introduje a mi Juliana. Al principio ella renegó como propia adolescente que era, pero con el tiempo una amena conversación se dio, una que abandoné disimuladamente. Antes de marcharme, le comenté a Juliana que estuviera en casa temprano y continué con el paseo en dirección a mi hogar, feliz de que mi hija pudiera tener un interés más normal. Usted entenderá.
Los meses pasaron. Mi sobrino y mi hija se graduaron. Ambos tuvieron su merecida celebración y mi sobrino, pocos días después de graduarse, se fue al extranjero a estudiar medicina como su padre.
Todo el vecindario estaba enterado de la historia de amor que estaban viviendo mi hija y el hijo de los Aguilar. Nicolás había empezado a estudiar administración y Juliana, tal como quería, había comenzado a estudiar derecho. La relación empezó a volverse más y más fuerte a pesar de la vida ocupada que ahora los dos llevaban.
Nicolás era muy atento con mi niña. Le regalaba detalles siempre que podía, recordándole lo mucho que la quería; cada que tenía la oportunidad pasaba a visitarla a la casa y los vecinos podían ver que en el parque de Los Infantes uno que otro beso subido de tono era intercambiado en los pasillos de rosas. Una historia perfecta de dos jóvenes enamorados. Yo estaba más que dichosa de que ese amor profesado a mi sobrino había desaparecido.
A mitad de año, Emmanuel volvió durante los dos meses de vacaciones intermedios entre semestres y Juliana empezó a portarse extraño. Usted estuvo presente en la fiesta de bienvenida de mi sobrino, como buen amigo de la familia, y pudo notarlo. Todos los presentes notaron el cambio de actitud en mi niña. Era la primera vez que Juliana veía a Emmanuel en muchos años. Años que no le habían sentado nada mal a mi sobrino; las muchachas del vecindario dieron cuenta de ello cuando postraron su total atención en él desde aquel día en el que regresó.
Después de ese día, Juliana empezó a comportarse muy extraño. Nicolás venía a visitarla y era rechazado con la excusa de no estar bien de salud para verlo. Pero una madre conoce a sus hijos, y mi niña no estaba bien. Duró así dos semanas. Emmanuel nunca vino a mi casa durante ese tiempo, prefirió enfocarse en andar por aquí y por allá con las muchachas del vecindario.
Un café con Natalia Ramírez, un paseo en el parque con Sara Rojas y una que otra escapadita a altas horas de la noche con Paula Ojeda a un lugar que por pudor no mencionaré aquí. Todas y cada una de esas cosas eran sabidas por mi niña y la afectaban en formas que aún no puedo entender. Sin embargo, pasadas esas semanas extrañas, Juliana volvió a la normalidad.
Empezó a salir con Nicolás de nuevo, trataba a Emmanuel con normalidad y se enfocó en estudiar por su cuenta. Leer, escribir, ir a la biblioteca, se convirtieron en hábitos prioritarios durante las semanas que estuvo aquí mi sobrino. Así hasta el fatídico día.
Fue mi culpa, doctor, no debí mencionarle nada a mi hija ese día, ni siquiera insinuar la idea que causó el problema en el que hoy mi sobrino está atrapado por amor.
En la mañana de su muerte, Nicolás se me acercó muy tímido y me confesó que quería casarse con mi hija. Ya se imaginará mi reacción, fue de felicidad total. Después de casi 3 años de verlos juntos y presenciar lo satisfecha que se veía mi niña al lado de Nicolás, el futuro que podía ofrecerle al tener garantizado su éxito profesional en la empresa familiar, no pude sino alegrarme al oír la noticia. Con gusto acepté cumplir el papel de meterle la idea a Juliana en la cabeza y mencionarle sutilmente lo bueno que sería un matrimonio con el hijo de los Aguilar. Fue ahí donde todo empezó.
Juliana se vio demasiado afectada cuando le mencioné un matrimonio con Nicolás, casi horrorizada de pensar que estaría atada a él por el resto de su vida. Mi confusión fue evidente. Y sin darme tiempo a preguntar, mi niña salió corriendo de la casa. Estuve muy preocupada esa tarde. Tenía un mal presentimiento. Uno que fue acertado al finalizar la noche.
Resulta que mi niña salió corriendo a encontrarse con Emmanuel en el parque de Los Infantes. Todo este tiempo mantuvo una relación con mi sobrino a escondidas de todos. Emmanuel había viajado al extranjero para que nadie sospechara nada y por medio de cartas, había continuado ese amor que nació cuando eran niños. No hacían sino pensar en el momento en el que se fueran a encontrar de nuevo en persona para cumplir con aquellas fantasías que en el papel quedaban plasmadas.
Por eso mi niña se puso extraña cuando lo vio el día de la fiesta de bienvenida. Ansiaba cumplir con lo que habían prometido, pero no podían exponer sus intenciones. Emmanuel fingía interés en las otras muchachas, prometiéndoles una vida de ensueño, mientras Juliana pretendía estar más que complacida en su relación con Nicolás. La coartada perfecta.
Ella era de él y él era de ella. Así fue desde que eran niños. Al estar expuestos a un posible final impuesto por el matrimonio de mi niña con Nicolás, actuaron. Juliana no iba a permitir que la alejaran de Emmanuel, era el amor de su vida, desde siempre. Mi sobrino, en un intento por mantener la calma, decidió que el tema debían discutirlo al día siguiente. Habría una solución. Tal vez llevarse a mi niña al extranjero con él. Con eso dicho, Emmanuel fue a casa de mi hermana y Julianita regresó a mi casa.
Ni siquiera me miró esa noche, doctor. No sabe cuánto me dolió desconocer la razón de su rechazo. Se encerró en su cuarto y pasadas las 9 de la noche, me acosté yo también.
A eso de las 12 de la noche, mi niña salió de la casa en dirección al parque de Los Infantes. Al parecer, Nicolás la había citado a esa hora; desconozco para qué. Al llegar, lo vio sentado en la misma silla donde estaba cuando lo conoció. Ya no había esa ilusión de interés que yo vi en su mirada. Ese sentimiento era reemplazado por rabia pura hacia ese ser que quería alejarla de Emmanuel para siempre. Sin hacerse notar, se ubicó detrás de Nicolás. Él, ignorante de la presencia de mi hija en el parque, de repente sintió un dolor punzante en la espalda.
Todo el vecindario dormía. Y en el parque de Los Infantes, donde ni un alma es percibida durante la noche, mi niña apuñalaba a Nicolás Aguilar. Una, dos, tres. En la espalda. Diez, once, doce. En el pecho. Nicolás cayó al suelo ya sin vida y la sangre comenzó a manchar el parque.
Mi niña, tras darse cuenta de lo que había hecho, recurrió a la que era la persona más importante en su vida, su cómplice, ese que siempre había estado ahí para ella, mi sobrino, Emmanuel.
Uno, dos, tres toquecitos sutiles en la ventana. Emmanuel se asomó y vio que en las manos de su amada había un cuchillo y una inmensa cantidad de sangre. Le sorprendería el sueño tan pesado que tienen mi hermana y mi cuñado, doctor, porque casi que trastabillando salió Emmanuel de la casa y nadie lo vio cuando cruzó la puerta, habló con mi hija y, minutos después, se marcharon los dos corriendo al parque.
A la mañana siguiente, como supo usted y todo el vecindario, la señora González, en su paseo matutino junto a su perrito Mateo, iba pasando por el pasillo de las rosas cuando divisó a un muerto en el parque y corrió escandalizada a avisar a las autoridades. Al llegar a la escena del crimen, el policía Sánchez pudo confirmar que el fallecido era Nicolás Aguilar y junto al cadáver, un bolígrafo tallado con el nombre de mi sobrino: Emmanuel Santos.
Esta carta fue encontrada en uno de los cajones del despacho del abogado Rangel Estupiñán, tres años después del juicio en contra de Emmanuel Santos en el que fue declarado inocente del asesinato de Nicolás Aguilar por falta de evidencia.
Juliana Echavarría junto a Emmanuel Santos se mudaron al extranjero y nadie sabe nada de su paradero.
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